sábado, 18 de abril de 2009

Feminismo


En el año 1894, Mrs. Laura Ormiston Chant, conocida oradora feminista, sorprendió a los ciudadanos ingleses con una denuncia que presentó ante el Parlamento inglés. En ella pedía que se condenaran las acciones de prostitución que se desarrollaban con frecuencia creciente en el Teatro de Variedades Empire. Esta feminista decimonónica, moralista, que había abogado desde siempre por los derechos de la mujer al sufragio y por una vestimenta recatada y racional (si, queridos amigos, Mrs. Chant se oponía al corset), se había dado una vuelta "de incógnito" por el Empire, descubriendo que ese lugar de esparcimiento era el caldo de cultivo para el negocio de la prostitución. Inmediatamente se apresuró a confeccionar un documento para ser presentado en el Parlamento. La reacción no tardó en hacerse esperar: Mrs. Chant fue acusada de puritana, antimoderna y antiteatral, y hasta su modo "monjil" de vestir, sin escotes ni adornos fue duramente criticado. ¡Pobre Mrs. Chant! Ella sólo quería poder moverse por la ciudad, fuera donde fuera, sin ser confundida con una prostituta o abordada en cualquier esquina con las palabras más impropias del decoro que debe caracterizar a todo hombre.

Desprovista en ese momento de la perspectiva histórica de la que nosotros podemos gozar hoy, Mrs. Chant, en su afán por circular libremente por la vida, no podía ver la contracara del asunto: era también el reclamo de los hombres que sus mujeres (respetables) no fueran confundidas con las otras de mala vida (a las que ellos frecuentaban de todas maneras en los ámbitos apropiados). Ya que tenían que resignarse a que salieran de casa, ¡pues bien! ¿Pero qué tenía que hacer Mrs. Chant en un teatro de variedades?

Y bien, queridos amigos: cuando repasaba el episodio de Laura Chant no podía menos que sonreíme con un lado de la boca y preguntarme: ¿qué moraleja podemos sacar de todo esto? Cierto es que ya no ocurre en nuestros días nada semejante. Las mujeres no pedimos no ser confundidas con prostitutas (por Dios, ¡ellas también son mujeres al fin y al cabo! ¿y podríamos llamarnos nosotras "respetables"?), y sin embargo seguimos siendo abordadas en las calles con todo tipo de obscenidades. Hemos terminado por encogernos de hombros y suspirar. Nuestros maridos, novios, hijos y amantes siguen llevando una vida sexual ajena a nosotras que consiguen en infinidad de ocasiones en cabarets y en las esquinas de las calles. También a esto hemos terminado por encogernos de hombros. Internamente hemos dicho: "los hombres no son como las mujeres". A todos estos encogimientos de hombros les hemos llamado "libertad sexual".

Hace apenas un par de días le comentaba a un encantador amigo qué triste es que hoy en día debamos seguir relacionándonos desde las premisas de la maculinidad y la femineidad. Ojalá podamos, en un futuro no muy lejano, hacer que nuestra identidad (y la identidad de nuestras relaciones) se construya de otras maneras más felices.