jueves, 24 de diciembre de 2009

Once upon the time


De acuerdo con los ingleses, la reina Victoria de Inglaterra es la responsable de que el espíritu de la Navidad y las celebraciones en gran escala de esas fiestas, sea el que tenemos hoy en día. Por ejemplo, Victoria, su esposo, el príncipe Alberto y sus hijos, fueron los primeros en adornar un árbol de Navidad tal como hacemos ahora, con objetos y adornos de colores brillantes que simbolizaban la época. Ellos también comenzaron a decorar los castillos, a hacer reuniones familiares, a intercambiar regalos y a enviar tarjetas de Navidad a sus familiares y amigos.
Lo que era una celebración muy íntima y personal en todo el mundo, Victoria la convirtió en un gran festejo a nivel nacional, en que todo el mundo participaba, y su buen amigo, el escritor Charles Dickens, fue uno de los que le aconsejó que promoviera que se realizaran fiestas en que participaran todos sus ciudadanos. Aunque las Navidades se celebraban en todas partes del mundo antes de que Victoria existiera —eran festejos de tipo hogareño— no hay duda de que fue la reina inglesa la que ‘comercializó’ las fiestas, para las que incluso se comenzaron a fabricar galletas, caramelos y todo tipo de golosinas especiales para Navidad. Y la fecha llamada Boxing Day —el 26 de diciembre— en que los empleadores les daban dinero, y otros regalos a los sirvientes y empleados, fue otra de las ideas de la reina Victoria.

Diario regionvalles.com

Nosotros, los modernos

"Few modern readers realize that A Christmas Carol was written during the decline of the old Christmas traditions."

Las palabras son de Michael Patrick Hear, autor del Victorian Fairytale Book, y de The Annotated Christmas Carol. Porque, queridos amigos, ¡cómo pasar el día de Nochebuena sin hablar de Christmas Carol! Imposible, al menos en tiempos victorianos.

Queridos: sí. Yo, como ya lo he insinuado en ocasiones anteriores, no soy una gran admiradora de Dickens. Me cuesta adentrarme en su mundo a veces rayano en la sensiblería. Pero, como siempre, en todos los órdenes de la vida, si se mira con atención se encuentran cosas. Veamos: a comienzos del siglo XIX la Navidad era cosa del pasado, nos dice una tal señora Yole en un prólogo a una edición del Christmas Carol. ¿Por qué? Cuando en el siglo XVI los puritanos tomaron el poder en Inglaterra eliminaron toda festividad que pudiera tener algún viso de paganismo. La Navidad era una de ellas. Más tarde, la revolución industrial hizo su aporte: los empleadores raras veces daban el día de Navidad libre a sus trabajadores. Este es el contexto en el que nace el famoso cuento de Dickens. Y es por esto que algunos consideran al autor el "inventor de la Navidad". Hay quien sostiene que el texto marcó un antes y un después.

Debo decir que pensar en la pequeña obra del Dickens como una oposición al puritanismo y al capitalismo me ha reconciliado algo con él en esta Navidad. Querido señor Dickens: ¿serán estas las obras que leeré y admiraré en mi madurez, en mi vejez? Quién sabe si, como decía Chesterton en un famoso libro, no me acometerá por fin la ortodoxia.

Y bien, mis lectores, cierto es que la heterodoxia empieza a fatigarme, y la fatiga no es buena para el espíritu. Ni para el cuerpo.

Feliz Navidad.


domingo, 13 de diciembre de 2009

The ultimate victorian freak

Is true that my form is something odd,

But blaming me is blaming God;
Could I create myself anew
would not fail pleasing you.

If I could reach from pole to pole
Or grasp the ocean with a span,
I would be measured by the soul

The mind´s the standard of the man
Joseph Merrick

lunes, 30 de noviembre de 2009

Ausencia y presencia

Ayer reflexionaba con un queridísimo amigo sobre el significado de "extrañar". Y me surgió la pregunta: si no extrañáramos a nadie, ¿seríamos más libres? A simple vista, la respuesta es "sí". Claro. Cómo no. ¿Quién no quisiera mudarse de ciudad, de país, de continente, sin sentir la ausencia de lo dejado atrás? Podríamos ir por el mundo sin peso, livianos como plumas. Podríamos dejar a nuestros seres amados sin sentirlo y dedicarnos a explorar el mundo sin ataduras. Pero, al mismo tiempo, ¿podría existir el amor sin su contrapartida: el sentimiento de pérdida? ¿Qué clase de amor sería el que no añore al amado?

Mi amigo, que es un ser mucho más atado a la realidad que yo, me decía: "No sé lo que sea el amor". Yo le respondí: "Es querer el bien del otro. Incondicionalmente". Y él arguyó que eso era la visión cristiana del amor. Aquí entraron en juego algunos conceptos psicoanalíticos y poco victorianos que él podría explicar tanto mejor que esta servidora si quisiera asomarse a estas páginas.

Pero luego, me he quedado reflexionando: ¿Qué ocurre con el amor a los lugares? No se puede querer el bien de un lugar. Entonces, ¿eso se llamaría amor? Alguien podrá decir que no existe tal amor, sino que se trata de una simple afición. Y sin embargo, hace poco he leído unas líneas, en una carta escrita para mí por un amigo que hace tiempo viaja por Asia, ese vasto continente. Así dice este bienamado señor:

A India voy a un enésimo viaje; como todos los viajes, más para entender que para ver. Para intentar encontrale un camino a esta vida tan bonita. Nunca he pensado tanto en la muerte como en estos años de viajes, qué triste será tener que dejar a toda esta belleza.

La muerte, ah, la muerte. ¿Añoraremos la vida cuando estemos muertos? ¿Y será porque la hemos amado?

domingo, 22 de noviembre de 2009

La vida virtual

Queridos amigos:

Para comenzar, ¡cuánto os he extrañado! Han sido largos días en que no he tenido mucha paz espiritual. Escribo en la creencia de que tal vez - tal vez - puedan perdonar mi ausencia y vuelvan a estos Tiempos Victorianos.

La causa no está perimida. Yo diría: está cada vez más viva. En estos días en que los he desatendido, no han dejado de ocurrirme cosas que me han llevado a pensar en la necesidad de mantener la mente despierta y el corazón atento a no dejarnos engañar por la falacia de la época.

Sobre todo, he cometido un pecado venial que a la postre ha resultado sencillamente desesperante: he incursionado, por un breve lapso de tiempo, en el mundo del twitter. Amigos, ¡qué gran desilusión! Pues quien me llevó a ello fue un encantador amante muy aficionado - diría que por demás - a este espinoso asunto de las redes sociales. De pronto, me he visto en la necesidad de enfrentar, sin haberlo querido, pequeñeces de su vida privada que nunca - por Dios, ¡nunca! - hubiera querido saber.

He aquí una máxima que parece ser común a estos espacios que se han dado en llamar "virtuales": "Preguntar por la vida de las personas a las personas mismas es una indecencia. Intenta averiguar por tí mismo lo que piensan y hacen. ¡Úsanos!". Pues, queridos, parece que hay un acuerdo tácito no ya en no preguntar más de lo que el sentido común indicaría, sino en no preguntar nada, no saber y, por sobre todas las cosas, no hacerlo manifiesto en las conversaciones. Claro que no hay nada más mentiroso que esta, llamémosle interesante forma de vida, y para satisfacer la natural curiosidad humana se han creado las redes sociales. Me temo que lo que de este lado de los mares nos enorgullecía, la capacidad para hacer manifiestos nuestros sentimientos de un modo decoroso, se está perdiendo. Si queremos saber si la anterior amante o novia de nuestro enamorado era tonta o por el contrario inteligente no se lo preguntamos a él - ¡no señor! - sino que buscamos su nombre en la web. El nombre nos conducirá indefectiblemente a su perfil en alguna red social, y sus comentarios y gustos nos darán la pauta de su coeficiente intelectual.

Amigos, ¡cuánta tristeza!. Pronto, luego de una conversación trivial con nuestro marido o nuestro amante, nos encerraremos en nuestras habitaciones para intentar averiguar, en vano y con la red virtual como aliada, qué nos quisieron decir realmente. Volvamos a las habitaciones victorianas.

domingo, 14 de junio de 2009

La literatura y las drogas

Algunas encantadoras amistades me reclaman el abandono que he inflingido en las últimas semanas a estos Tiempos Victorianos. Es verdad. Por eso me he decidido hoy a escribir una líneas, luego de algunos vaporosos sueños que he tenido (de los cuales, no se hagan ilusiones, queridos lectores, no recuerdo nada). Sin embargo, me he levantado pensando en un libro que leí hace años: las "Memorias de un comedor de opio", de Thomas de Quincey. Se ha hablado tanto y tan bien de este buen señor que creo que mi opinión, frente a tantas y tan elevadas como aquellas que han salido de la pluma, por ejemplo, de Baudelaire, no tiene importancia alguna. Hablemos, si no les importa, de esa droga llamada opio y que hizo estragos en toda una generación.

Recordemos primero que el opio era una droga de uso legal, consumida por una gran cantidad de personas, entre ellas algunos ilustres conocidos como Charles Dickens y Wilkie Collins. ¿Cómo llegaron todos ellos a convertirse en opiómanos? Muy fácil. Dickens tenía una enfermedad reumática, Wilkie Collins, artritis; de Quincey se hizo opiómano intentando paliar los dolores que le provocaba una terrible neuralgia. Se ha hablado mucho de "literaura drogada". Pero, ¿acaso hemos hablado alguna vez de "literatura enferma"?

Voy a saltarme unas cuantas generaciones para citar (de memoria) a un magnífico cuentista: John Cheever, en un magnífico cuento: "La geometría del amor": "Entonces comprendió que no existía el amor capaz de vencer la capacidad separadora del dolor. La distancia que separa a los sanos de los enfermos". Señores, he pensado en esta frase de una manera absolutamente obsesiva. ¿Qué ocurre cuando el proceso de la enfermedad se convierte en estado? ¿Se genera entonces una división taxativa, irreconciliable entre el enfermo y el mundo? Y he pensado en la cantidad de escritores enfermos que ha dado la literatura. Cuántos de ellos no tenían algún padecimiento físico más o menos grave, que a veces se transformaba en un impedimento. Desde el asma a la parálisis, desde la gota a la sífilis.

Hablar, en estos Tiempos Victorianos, de literatura y drogas, tal vez signifique hablar de literatura y enfermedad. Dejo el opio para una futura entrada.

martes, 5 de mayo de 2009

Conversaciones nocturnas


Cinismo

Pensando hoy - mientras conversaba de tantas cosas con mi querida Lulamae - en las palabras ironía y cinismo, tantas veces equiparadas, me he puesto a reflexionar en más profundidad sobre estos términos.
He recurrido al diccionario de la Real Academia Española. En la primera acepción de la palabra cinismo dice: "Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables". Primera conclusión: ironía no es igual a cinismo. La ironía, ese desfase entre lo que se dice y lo que se entiende, poco tiene que ver, a ojos vista, con esta manera tan poco edificante de proceder. Sin embargo, más abajo, en la tercera acepción, puede leerse: "Doctrina de los cínicos".
¿Y quiénes eran los cínicos? La escuela cínica fue fundada en el siglo IV a. C. La doctrina que propagaban no puede ser más adecuada a nuestros Tiempos Victorianos. Porque, queridos amigos, los que los cínicos denunciaban era la corrupción de sus tiempos. Puesto que la civilización estaba viciada, lo que el hombre podía hacer era vivir con modestia, despreciar las riquezas y llevar una vida simple y acorde con la naturaleza.
Claro es que nuestra Victoria imponía una serie de constricciones a sus súbditos, cosa del todo incompatible con la liberalidad de los cínicos, pero nosotros, que ante la depravación de las costumbres actuales, hemos preferido volver a ser victorianos, ¿no nos emparentamos acaso con la escuela de Antístenes?

Y bien, tenemos por delante una tarea dificilísima. La tarea de vivir logrando que esto que hacemos cobre algún sentido. No buscamos elevaciones, pero sí un poco de nobleza. No buscamos frivolidad, pero a quién no le alegra enfundarse en un traje de buen corte, y tomar un vino exquisito, y atizar el fuego en la chimenea, en una compañía tan agradable como las de mis adorables P., M. o Lulamae. Queridos amigos, en momentos así, y a pesar de aquellas personas que puedan llegar a tildarme de cínica, en el más moderno sentido del término, puedo decir que la vida no me disgusta del todo.

domingo, 3 de mayo de 2009

Ironía

Queridos amigos:

Dicen sobre mí - las malas lenguas, y algunas buenas - que quien suscribe maneja con asiduidad el cinismo y la ironía. No es casual que nos encontremos en estos nuestros Tiempos Victorianos. Porque, ahora que reparo en ello, la ironía es una virtud muy inglesa. Virtud, sí, digo virtud, porque el fino manejo de la ironía, señores míos, sin caer en el mal gusto o la agresión, es un arte por demás difícil. No digo que yo sea en todos los casos portadora de tal virtud. Suelo ejercer la ironía con suerte irregular.
Dicen las definiciones académicas que la ironía es un desfase entre lo que se dice y lo que se entiende. No es fácil para mucha gente hoy en día, con la mente muchas veces abotargada por sentidos del humor tan chabacanos, incursionar en este terreno. Suele ocurrir que lo que parecían cristalinas aguas se conviertan de golpe en pantano. O bien, que quien recibe del otro lado no comprenda este tipo que humor, que bien empleado es de los más finos.
Se dice de Jane Austen que ella era maestra de la ironía. Y, si bien no está entre mis predilectas (bien saben todos que prefiero con creces, por ejemplo, a Henry James), debo adherir a esa acertada opinión.

La opinión más profunda sobre la ironía la he leído en las "Cartas a un joven poeta" de Rilke. Creo que puedo despedirme con él, puesto que sus consejos sobre la poesía bien pueden extrapolarse a la vida. Así que, queridos amigos, con él los dejo:

"En primer lugar, algo acerca de la ironía. No se deje dominar por ella, y menos que en cualquier otra ocasión, en los momentos de esterilidad. En los que sean fecundos, procure aprovecharla como un medio más para comprender la vida. Empleada con pureza, también la ironía es pura, y no hay por qué avergonzarse de ella. Pero si usted siente que le es ya demasiado familiar y teme su creciente intimidad, vuélvase entonces hacia grandes y serios asuntos, ante los cuales ella quedará siempre pequeña y desamparada. Busque la profundidad de las cosas: hasta allí nunca logra descender la ironía... Y cuando la haya llevado así al borde de lo sublime, averigüe al mismo tiempo si ese modo de entender la vida brota de una necesidad propia y esencial. Pues entonces, bajo el influjo de las cosas serias, acabará por desprenderse de usted —si es algo meramente accidental—; o bien —si es que realmente le pertenece como algo innato— cobrará fuerza, y se convertirá en un instrumento serio para incluirse entre los medios con que usted habrá de plasmar su arte."

Rainer Maria Rilke

sábado, 18 de abril de 2009

Feminismo


En el año 1894, Mrs. Laura Ormiston Chant, conocida oradora feminista, sorprendió a los ciudadanos ingleses con una denuncia que presentó ante el Parlamento inglés. En ella pedía que se condenaran las acciones de prostitución que se desarrollaban con frecuencia creciente en el Teatro de Variedades Empire. Esta feminista decimonónica, moralista, que había abogado desde siempre por los derechos de la mujer al sufragio y por una vestimenta recatada y racional (si, queridos amigos, Mrs. Chant se oponía al corset), se había dado una vuelta "de incógnito" por el Empire, descubriendo que ese lugar de esparcimiento era el caldo de cultivo para el negocio de la prostitución. Inmediatamente se apresuró a confeccionar un documento para ser presentado en el Parlamento. La reacción no tardó en hacerse esperar: Mrs. Chant fue acusada de puritana, antimoderna y antiteatral, y hasta su modo "monjil" de vestir, sin escotes ni adornos fue duramente criticado. ¡Pobre Mrs. Chant! Ella sólo quería poder moverse por la ciudad, fuera donde fuera, sin ser confundida con una prostituta o abordada en cualquier esquina con las palabras más impropias del decoro que debe caracterizar a todo hombre.

Desprovista en ese momento de la perspectiva histórica de la que nosotros podemos gozar hoy, Mrs. Chant, en su afán por circular libremente por la vida, no podía ver la contracara del asunto: era también el reclamo de los hombres que sus mujeres (respetables) no fueran confundidas con las otras de mala vida (a las que ellos frecuentaban de todas maneras en los ámbitos apropiados). Ya que tenían que resignarse a que salieran de casa, ¡pues bien! ¿Pero qué tenía que hacer Mrs. Chant en un teatro de variedades?

Y bien, queridos amigos: cuando repasaba el episodio de Laura Chant no podía menos que sonreíme con un lado de la boca y preguntarme: ¿qué moraleja podemos sacar de todo esto? Cierto es que ya no ocurre en nuestros días nada semejante. Las mujeres no pedimos no ser confundidas con prostitutas (por Dios, ¡ellas también son mujeres al fin y al cabo! ¿y podríamos llamarnos nosotras "respetables"?), y sin embargo seguimos siendo abordadas en las calles con todo tipo de obscenidades. Hemos terminado por encogernos de hombros y suspirar. Nuestros maridos, novios, hijos y amantes siguen llevando una vida sexual ajena a nosotras que consiguen en infinidad de ocasiones en cabarets y en las esquinas de las calles. También a esto hemos terminado por encogernos de hombros. Internamente hemos dicho: "los hombres no son como las mujeres". A todos estos encogimientos de hombros les hemos llamado "libertad sexual".

Hace apenas un par de días le comentaba a un encantador amigo qué triste es que hoy en día debamos seguir relacionándonos desde las premisas de la maculinidad y la femineidad. Ojalá podamos, en un futuro no muy lejano, hacer que nuestra identidad (y la identidad de nuestras relaciones) se construya de otras maneras más felices.