domingo, 22 de noviembre de 2009

La vida virtual

Queridos amigos:

Para comenzar, ¡cuánto os he extrañado! Han sido largos días en que no he tenido mucha paz espiritual. Escribo en la creencia de que tal vez - tal vez - puedan perdonar mi ausencia y vuelvan a estos Tiempos Victorianos.

La causa no está perimida. Yo diría: está cada vez más viva. En estos días en que los he desatendido, no han dejado de ocurrirme cosas que me han llevado a pensar en la necesidad de mantener la mente despierta y el corazón atento a no dejarnos engañar por la falacia de la época.

Sobre todo, he cometido un pecado venial que a la postre ha resultado sencillamente desesperante: he incursionado, por un breve lapso de tiempo, en el mundo del twitter. Amigos, ¡qué gran desilusión! Pues quien me llevó a ello fue un encantador amante muy aficionado - diría que por demás - a este espinoso asunto de las redes sociales. De pronto, me he visto en la necesidad de enfrentar, sin haberlo querido, pequeñeces de su vida privada que nunca - por Dios, ¡nunca! - hubiera querido saber.

He aquí una máxima que parece ser común a estos espacios que se han dado en llamar "virtuales": "Preguntar por la vida de las personas a las personas mismas es una indecencia. Intenta averiguar por tí mismo lo que piensan y hacen. ¡Úsanos!". Pues, queridos, parece que hay un acuerdo tácito no ya en no preguntar más de lo que el sentido común indicaría, sino en no preguntar nada, no saber y, por sobre todas las cosas, no hacerlo manifiesto en las conversaciones. Claro que no hay nada más mentiroso que esta, llamémosle interesante forma de vida, y para satisfacer la natural curiosidad humana se han creado las redes sociales. Me temo que lo que de este lado de los mares nos enorgullecía, la capacidad para hacer manifiestos nuestros sentimientos de un modo decoroso, se está perdiendo. Si queremos saber si la anterior amante o novia de nuestro enamorado era tonta o por el contrario inteligente no se lo preguntamos a él - ¡no señor! - sino que buscamos su nombre en la web. El nombre nos conducirá indefectiblemente a su perfil en alguna red social, y sus comentarios y gustos nos darán la pauta de su coeficiente intelectual.

Amigos, ¡cuánta tristeza!. Pronto, luego de una conversación trivial con nuestro marido o nuestro amante, nos encerraremos en nuestras habitaciones para intentar averiguar, en vano y con la red virtual como aliada, qué nos quisieron decir realmente. Volvamos a las habitaciones victorianas.

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