Algunas encantadoras amistades me reclaman el abandono que he inflingido en las últimas semanas a estos Tiempos Victorianos. Es verdad. Por eso me he decidido hoy a escribir una líneas, luego de algunos vaporosos sueños que he tenido (de los cuales, no se hagan ilusiones, queridos lectores, no recuerdo nada). Sin embargo, me he levantado pensando en un libro que leí hace años: las "Memorias de un comedor de opio", de Thomas de Quincey. Se ha hablado tanto y tan bien de este buen señor que creo que mi opinión, frente a tantas y tan elevadas como aquellas que han salido de la pluma, por ejemplo, de Baudelaire, no tiene importancia alguna. Hablemos, si no les importa, de esa droga llamada opio y que hizo estragos en toda una generación.
Recordemos primero que el opio era una droga de uso legal, consumida por una gran cantidad de personas, entre ellas algunos ilustres conocidos como Charles Dickens y Wilkie Collins. ¿Cómo llegaron todos ellos a convertirse en opiómanos? Muy fácil. Dickens tenía una enfermedad reumática, Wilkie Collins, artritis; de Quincey se hizo opiómano intentando paliar los dolores que le provocaba una terrible neuralgia. Se ha hablado mucho de "literaura drogada". Pero, ¿acaso hemos hablado alguna vez de "literatura enferma"?
Voy a saltarme unas cuantas generaciones para citar (de memoria) a un magnífico cuentista: John Cheever, en un magnífico cuento: "La geometría del amor": "Entonces comprendió que no existía el amor capaz de vencer la capacidad separadora del dolor. La distancia que separa a los sanos de los enfermos". Señores, he pensado en esta frase de una manera absolutamente obsesiva. ¿Qué ocurre cuando el proceso de la enfermedad se convierte en estado? ¿Se genera entonces una división taxativa, irreconciliable entre el enfermo y el mundo? Y he pensado en la cantidad de escritores enfermos que ha dado la literatura. Cuántos de ellos no tenían algún padecimiento físico más o menos grave, que a veces se transformaba en un impedimento. Desde el asma a la parálisis, desde la gota a la sífilis.
Hablar, en estos Tiempos Victorianos, de literatura y drogas, tal vez signifique hablar de literatura y enfermedad. Dejo el opio para una futura entrada.
domingo, 14 de junio de 2009
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4 comentarios:
Yo escribí un tema sobre el opio y la literatura hace un tiempo y no sabe cuánto me entretuve investigando y leyendo a los autores. Cuando me lo publiquen le mando el link. Cariños,
BS
Me encantará leerlo.
Por favor, no olvidemos a Kipling y sus cuentos en las casas de perdición del opio, en las que la gente fumaba en su litera hasta morir de hambre y delirio en "La puerta de las cien penas". Y, para terminar, como dijo este mismo autor, "la oscuridad que conocemos nos fue otorgada como una gracia"
Emma
DROGADÍPTAS!
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